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viernes, 24 de enero de 2014

Queridos políticos...




Queridos políticos,

Les escribo esta misiva para darles las gracias. Es indiferente que sean del PP, del PSOE, de la derecha más conservadora o de la izquierda más radical. Todos colaboran, todos ayudan a que el ciudadano se sienta agradecido.

Gracias por dejarnos sin trabajo. Ese trabajo que no sólo necesitamos para obtener aquellos bienes y servicios que nos son necesarios, sino también ese trabajo que nos hace desarrollarnos como personas, que nos hace sentirnos útiles y hace que colaboremos en el mantenimiento de la estructura de nuestra sociedad.

Gracias por dejarnos sin salud. Y sí, digo salud y no sanidad, porque al fin y al cabo, la sanidad es tan sólo un instrumento. Un instrumento perfeccionado durante siglos, perseguido y valorado por todas las sociedades y estamentos. Gracias a ustedes volveremos a ser una sociedad primitiva donde sólo sobrevivirá el más fuerte. Y por "fuerte" entiéndase "acaudalado".

Gracias por dejarnos sin enseñanza. No confundamos: sin enseñanza, no sin educación. Una sociedad que no lee, no ve, no sabe, en definitiva es una sociedad que no piensa. Y una sociedad que no piensa está sometida y es fácilmente dirigible.

Gracias por destruir nuestros sueños. Especialmente los de esa generación de jóvenes que no pueden ver más allá del mañana, ya que no tienen ningún cimiento en el que basar sus esperanzas. No creen poder trabajar, no creen poder independizarse, no creen poder salir al mundo y demostrar lo que valen. La generación mejor preparada para trabajar, esperando un trabajo.

Gracias por dejarnos morir. A partir de la industrialización en el siglo XIX, uno de los temores del ser humano fue que llegara un día en el que las máquinas pudieran rebelarse contra nosotros y destruirnos. No nos dimos cuenta que habíamos creado un monstruo casi peor: un sistema económico intocable aunque resulte opresivo, invariable aunque eso suponga una muerte agónica de nuestra sociedad. Y consecuentemente, gracias por vendernos tan barato. Porque el ciudadano no tiene culpa de esto, pero ustedes han permitido que los bancos los dejen en la calle, y aún así tengan que seguir pagando por algo que ya no tienen.

Gracias por destruir familias. Esas familias que han tenido que separarse por motivos económicos, que han perdido sus casas porque antes ya habían perdido su trabajo. Gracias por esa destrucción emocional.

Gracias por hacernos sentir que no somos nadie. Por hacernos entrar en un sistema económico europeo en el que, una vez dentro, nuestro papel ha consistido en bajar las orejas y acatar lo que otros países consideraban mejor. Mejor para ellos, claro.

Gracias por hacernos sentir vergüenza. Porque en España no llegaremos a sentir eso que sienten los americanos, los ingleses o los franceses, simplemente por ser americanos, ingleses y franceses. Antes pensaba que eso era una herida abierta, un residuo de la Guerra Civil, de los odios de antaño que todavía permanecen en el recuerdo. De esa idea de pertenecer a un grupo o a otro necesariamente. Quizá esa herida cure algún día, pero en los últimos años ha surgido una sensación pésima: la de creernos peores que el resto. Esa inquietud que aparece cuando un extranjero te pregunta "¿De dónde eres?", y tú automáticamente no puedes dejar de pensar: "¿Qué opinarán en su país sobre el nuestro?". Vergüenza.

Tengo tanto que agradecer que podría no acabar nunca, y la verdad es que tengo mucho que hacer: he de trabajar mucho en malas condiciones para evitar que me quiten algo que creía mío, sólo para que mis hijos puedan vivir algo mejor de lo que yo viviré nunca. 

Éso, si para entonces, ustedes han desaparecido.




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