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sábado, 23 de marzo de 2013

Adiós, vida mía





Se atribuye a Maimónides, un médico y teólogo judío de la Edad Media, nacido en España, la cita siguiente: "Es mejor y más satisfactorio liberar a mil culpables que sentenciar a muerte a un solo inocente". Probablemente Hammurabi, el rey de Babilonia, no estaría de acuerdo. Su código de leyes basado en la Ley del Talión (el uso del propio crimen como castigo), es una de las recopilaciones legislativas más célebres y antiguas del mundo. Sin embargo, entre el nacimiento de Hammurabi y el de Maimónides distan 2927 años, siendo notable la evolución del pensamiento humano durante ese tiempo.
Desde el nacimiento de Hammurabi al momento actual nos separan 3805 años. Es cuanto menos llamativo que, en esos lugares en los que la pena de muerte sigue siendo legal, la evolución del pensamiento en tres siglos haya sido tan exigua.

En el siguiente mapa se puede ver el criterio de los distintos países del mundo sobre este tema a fecha de 2012:



   Suprimida para todos los crímenes
   Suprimida para crímenes no cometidos en circunstancias excepcionales (como aquellos cometidos en tiempo de guerra o grandes enfrentamientos)
   Contemplada como sanción penal, pero suprimida en la práctica
   Aplicada legalmente


Son todavía 60 países los que mantienen el uso de la pena de muerte, mientras que 91 ya la han abolido completamente. 11 países la mantienen para crímenes excepcionales y 35 la conservan como sanción penal, pero la excluyen de la práctica.




Y en todos estos países retencionistas, de vez en cuando, saltan casos a la luz mediática que sorprenden, sobrecogen y escandalizan. Uno de estos casos fue el de Safiya Hussaini, que en 2001 fue condenada a morir lapidada por haber tenido un hijo tras divorciarse de su pareja. Fue juzgada al norte de Nigeria por la Ley Islámica o Sharia, tras haber denunciado a un vecino por haberla violado y haberle reclamado la manutención de la hija nacida de esas relaciones forzadas. Su relato fue corroborado por 3 policías testigos de lo ocurrido, pero pese a ello, fue acusada de adulterio, y posteriormente, condenada.

En la Sharia se contempla que una mujer pueda tener hijos con su exmarido hasta 7 años después de la separación y que ese hijo sea considerado legítimo, así que finalmente, Hussaini compareció ante el tribunal para cambiar su declaración y aseguró que el padre de su hija era, en realidad, su exmarido. Multitud de grupos defensores de los derechos humanos pidieron clemencia por ella, incluso Amnistía Internacional e importantes dirigentes de la Unión Europea.
Hussaini finalmente fue exculpada, evitando así el haber sido enterrada hasta las axilas y apedreada hasta la muerte.

Casos parecidos ocurren también en países más desarrollados. Uno de ellos es el de Troy Davis, un chico de 21 años que en 1989 fue acusado de matar a un policía en una fiesta. Nueve testigos declararon contra él en el juicio, aunque siete reconocieron posteriormente haber sido presionados por la policía para testificar en su contra. Nunca se encontró el arma, y tampoco ADN o huellas dactilares de Troy en la escena del crimen.  La Corte Suprema de los Estados Unidos rechazó el recurso in extremis para impedir la ejecución, y Troy murió víctima de la inyección letal el 21 de septiembre de 2011. ¿El hecho de ser afroamericano pudo tener algo que ver? Alguna importancia debe de tener dado que la mayoría de los presos del corredor de la muerte estadounidense pertenecen a algún tipo de minoría social.






¿Habrá algún día, en el incierto y borroso futuro, en el que la pena de muerte sea tan sólo un recuerdo del pasado? Confiaremos en Charles Chaplin: "El tiempo es el mejor autor, siempre encuentra un final perfecto".









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