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martes, 6 de agosto de 2013

Cuentos para noches insomnes II



Melancólicas armonías

Érase que se era la historia de amor más bella del mundo. Cuentan que ocurrió hace muchísimo tiempo, tanto que es dificil imaginarlo. Fue mucho antes de que Catherine y Heathcliff se amaran y odiaran en un paisaje en sombras, y mucho antes de que Romeo y Julieta reconciliaran a sus familias con su muerte.


En aquel lejano tiempo nació Orfeo, hijo de Eagro, rey de Tracia, y de Calíope, una de las nueve musas. De su madre heredó su vínculo con las artes y cuentan que fue del mismísimo Apolo de quien recibió clases de música. Prendido por su virtuosismo, Apolo le regaló su lira y dicen que llegó a dominar la ejecución de este instrumento hasta tal punto que, cuando tocaba, los animales salvajes se amansaban, las piedras se desplazaban para escucharle más cerca y los árboles movían sus hojas al ritmo que él marcaba.
Orfeo fue un muchacho culto e inquieto, lo que le llevó a recorrer el mundo en diversas ocasiones: acompañó a Jasón en su aventura en busca del vellocino de oro y estuvo en Egipto, donde dicen que aprendió sobre los rituales de culto a Isis y Osiris, y se familiarizó con los escritos de Moisés.

Un famoso filósofo dijo que "sin esperanza, se encuentra lo inesperado" y así le ocurrió a Orfeo, que en el momento más fortuito de su vida, se enamoró perdidamente. Eurídice era una bella ninfa, hija de Zeus, que dedicaba su vida a corretear por riachuelos, montañas y valles cerca de Tracia. Se enamoraron tan perdidamente que Orfeo le pidió su mano a Zeus, y éste, para recompensarle por todas las valientes hazañas en las que había tomado parte, se la concedió. La dicha no podía ser mayor: jóvenes, hermosos y con toda la vida por delante para disfrutarla juntos. 
Sin embargo, el destino ya tenía sus cartas preparadas. Durante sus paseos, los encantos de Eurídice tampoco habían pasado inadvertidos para Aristeo, un pastor que enajenado por la pasión, trató de raptarla y forzarla. Eurídice escapó despavorida por la orilla del río Peneo, en Tesalia, pero en la huída, se tropezó con una serpiente venenosa oculta entre las hierbas, que le mordió en un tobillo y le produjo la muerte.

La pérdida de Eurídice fue intolerable para Orfeo, que dedicó su vida a partir de entonces a vagar por el mundo tocando su lira, intentando expresar a través de ella el dolor que guardaba dentro. Sus melodías eran tan tristes y desgarradoras, que apenaban y ensombrecían a todo aquel que llegaba a escucharlas. Los animales se abatían, el viento dejaba de soplar y el sol perdía su brillo. Su triste lamento fluía por los ríos, corría entre los valles y atravesaba montañas, llenándolo todo de aflicción y desesperanza. Así fue cómo su canto llegó al Olimpo, donde los dioses también fueron partícipes de su pesar. 


Extraviado en su angustia y sin nada que perder, decidió dirigirse a Aorno, donde se abre el pasadizo al Tártaro, con la alocada intención de descender al averno y rescatar a Eurídice. Sus melancólicas armonías provocaron que, por primera y única vez, se detuvieran temporalmente los castigos y torturas del Inframundo, e hipnotizó al barquero Caronte, al Can Cerbero y a los tres Jueces de los Muertos, que permitieron su entrada. Su música ablandó el duro y frío corazón de Hades, que le permitió rescatar a Eurídice y llevarla al mundo de los vivos si cumplía una condición: durante el regreso, mientras ella le seguía, no debía volverse a mirarla hasta que estuviese segura bajo la luz solar. Iniciaron el ascenso a través de los oscuros pasadizos mientras Orfeo tocaba su lira para guiar a Eurídice por ellos, y si el descenso había estado plagado de obstáculos y dificultades, el ascenso no fue más sencillo por aquellos terribles caminos que les dirigían hacia la vida.

Hacer un pacto con el Señor del mundo de los Muertos hizo dudar a Orfeo de la veracidad del mismo, y cuando estaban a punto de alcanzar la tierra, echó la vista atrás para asegurarse de que Eurídice le seguía. En ese preciso momento, Eurídice comenzó a desvanecerse y antes de que Orfeo pudiese rodearla con sus brazos para evitar perderla de nuevo, ella desapareció para siempre. 




Orfeo trató de bajar de nuevo al Inframundo, pero esta vez, Caronte no le dejó cruzar la laguna Estigia, así que volvió al mundo y siguió vagando junto a su dolor. Esta situación duró poco tiempo: las Ménades le mataron y le arrancaron sus miembros arrojándolos al río Hebro. Dicen que se pudo oir música salir de sus aguas hasta que las Musas recogieron sus restos entre lágrimas y les dieron sepultura al pie del monte Olimpo, donde los risueñores entonan desde entonces cantos más dulces que en ningún otro lugar del mundo, y desde donde subió su música hasta el cielo, quedando presa entre las estrellas.


Érase que se era la historia de amor más triste del mundo.















Leyenda de imágenes
(1) Agnolo Bronzino, Retrato de Cosme I de Médicis como Orfeo, 1537-1539, Museum of Art, Filadelfia.
(2) François Perrier, Orfeo ante Hades y Perséfone, 1647-1650, Museo del Louvre, París.
(3) Jacopo Vignali, Orfeo y Eurídice, 1625-1630, Musée de Tessé, Le Mans.
(4) Émile Lévy, La muerte de Orfeo, 1866, Musée d'Orsay, París.





2 comentarios:

  1. Perfecto para una noche insomne, como bien dice el título. Me ha encantado, y no conocía la historia, así que muchísimas gracias por dármela a conocer.

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