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martes, 10 de diciembre de 2013

La belleza velada

Confieso ser una persona admiradora de la belleza. Pero no de esa belleza fútil que vemos constantemente en la televisión, en la prensa, en las tiendas, y allá donde vayamos. No de esa belleza que ensalza el dinero, modela nuestro aspecto, influye en nuestras relaciones. Tampoco de esa que se vende y se compra, que nos aliena convirtiéndonos en presos de una frívola cárcel de nuestra propia creación.




La que merece nuestra atención es otra clase de belleza. La belleza entendida como símbolo y no como arma. La que es omnipresente pero que nuestra ceguera habitual no nos deja disfrutar. Nos rodea y a veces conseguimos apreciarla, y entonces vemos, desde el calor de nuestro hogar, a dos gorriones que se posan en nuestro alféizar para cobijarse del frío. No son los gorriones, ni la temperatura. O sí, pero en un conjunto. Quizá sea el ser consciente de que, por encima de esos gorriones y de ti, está esa necesidad inmutable que os une: buscar calor y refugio.



Es esa belleza que percibes cuando miras una obra de arte. Son esos miles de trazos que al juntarse forman un paisaje nunca visto, las líneas suaves esculpidas sobre el frío mármol, la música que ejecutada de determinada forma es capaz de revelar lo inexpresable, ese momento capturado para siempre en una fotografía, las construcciones que de forma impasible parecen contemplar el paso del tiempo, esos libros que nos hablan de otras vidas y esa película que no podremos olvidar. Todo eso y algo más. Seguramente, las sensaciones que generaron cuando se mostraron por primera vez son similares a las que generan en nosotros hoy en día, y a las que provocarán a la sociedad del futuro. Es esa sensación imperturbable que está más allá de nosotros y del tiempo.

Quizá la más sorprendente e inolvidable belleza es la que se aprecia en otro ser humano. A veces es tímida y cuesta apreciarla, pero otras veces es tan intensa que se desborda por doquier. Miras a otra persona, la miras a los ojos y ves más allá, por encima de las apariencias y las vestiduras, donde acaba la piel y empieza el alma, ves lo extraordinario de su esencia, reparas en que si el mundo fuese justo no pondría límites en su progreso ni dolor en su camino, y de forma inmediata te das cuenta que cuanto le rodea es ciego y sordo a esa perfección, como una flor a la intemperie.

Vivimos deprisa, pasamos corriendo por todo lo que nos sucede. Quizá mañana, cuando salgas de casa dispuesto a llegar cuanto antes a donde sea, puedas pararte un minuto en la puerta de tu casa y observar lo que te rodea. Quizá tengas suerte y puedas apreciar la inocencia de un niño, oír la risa de dos amigos o sentir el cariño de una pareja. Acaso puedas ver unas hojas caer, o ver un pequeño gorrión y acordarte de los ojos de esa persona. 
Tal vez en ese instante puedas ser partícipe de lo eterno de la existencia. 






Leyenda de imágenes
(1) Silverwing-sparrow, Sparrow, Deviantart. http://www.deviantart.com/art/Sparrow-208909875

6 comentarios:

  1. Son esas cosas las que acaban marcando muchas veces la diferencia entre un buen día y "sólo un día más". Esos días en los que disfrutas de buena compañía, o te cobijas con un buen libro o una buena película. O esos días en los que, en un mundo lleno de gente con prisas, escuchas la risa de un niño sin preocupaciones. A veces no nos paramos a pensar en todo esto, y por desgracia nos quedamos solo con las cosas malas, así que muchas gracias por este recordatorio de que en el día a día hay algo más.

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  2. No es sólo que tú eres una de esas personas que irradia belleza es que ademas eres una poeta, una artista, alguien que consigue animar a los demas con solo mirarle, eres "todo eso y algo más" y no se puede estar más acertada en lo que dices, a partir de hoy intentare ser más "partícipe de lo eterno de la existencia". Para mí eres una inspiración!

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  3. "Si el mundo fuese justo". Al leerlo, he sentido una tristeza inenarrable.

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